jueves, 10 de noviembre de 2011

“SOMOS HIJOS EN EL HIJO”


¡Buenas noches! Bienvenidos, ya se nos acaba el año, faltan solo dos semanas para que se acabe el año litúrgico. Ustedes saben que no es el mismo que el del año civil que rige a todo el mundo, el año litúrgico que más que año se llama ciclo litúrgico de la Iglesia Católica; empieza con el primer domingo de advierto y termina con la fiesta de Cristo Rey del Universo. Por eso, les decía que faltan dos semanas para terminar el año litúrgico y empezar otro que ya tiene nombre: “Año de la fe”.

Estamos en la Escuela de la Palabra, y todo este año hemos tenido de fondo el objetivo de ser generadores de comunión y para esto hemos ido profundizando nuestra espiritualidad: dinamismo de la Palabra, fuentes de espiritualidad, los cuatro ejercicios: oración, amor fraterno, cruz y misión. Con todo esto Dios quiere fortalecer nuestra vida a través de la Escuela de la Palabra. Esta Escuela es también un momento comunitario, donde bebemos y comemos juntos la Palabra de Dios abundantemente servida, sea el tema que cojamos intentamos verlo a través de la Palabra de Dios, puesto que la Palabra es la Sabiduría de Dios (Sab 6,12-16). Esa Palabra es radiante, el luz, antorcha en medio de nuestra oscuridad. No sé si les ha pasado que cuando estamos en una noche muy oscura basta un fósforo para iluminar. En nuestras noches oscuras tenemos no un fósforo sino esa Palabra radiante.

Esa Palabra es inaccesible, algo que no se puede acceder, porque es infinitamente mes grande que nuestra inteligencia, que lo que vemos y tocamos. Dicen la Palabra: que la ven fácilmente los que la aman y la encuentran los que la buscan. En la Escuela de la Palabra de San Borja, hay un Sr. Que se llama Ismael, empezó a ir a la Escuela casi sin saber nada de la Palabra de Dios, confundido en teorías, de sectas y demás. Después de un tiempo nos decía: denme más citas de la Palabra de Dios, porque aquí he encontrado algo más de lo que yo buscaba; denme libros para leer sobre la Palabra de Dios. Pero, sigue diciendo el libro de la Sabiduría: que la Palabra misma se da a conocer, quien madruga por ella no se cansa.

Me encantaba comprobar que eso es verdad en mi vida y en la vida de otras personas. Me levanto temprano, porque no quiero dar lecciones a nadie. Me levanto porque quiero disfrutar de esa Sabiduría, esa luz que ella misma refleja. Ella viene a buscarnos. Dice la Palabra: Ella misma va de un lado a otro buscando a quien la merece. Todos aquí, merecemos esa Palabra, nos aborda benignamente haciéndonos el bien en nuestro camino, nos sale al paso en las decisiones que tenemos que tomar.

¡Qué alegría y que gusto es tener este medio de la Escuela de la Palabra! Donde vamos reconociendo que Dios va poniendo alas a nuestra vida, para volar por encima de nuestras dificultades, de nuestras bajezas, y ridiculeces. Hay un salmo que dice: “Me hace caminar sobre las alturas”. Dios nos da alas para volar, para remontar nuestra pobre vida incoherente y seguir no porque seamos ya perfectos, sino porque Dios espera que seamos ya perfectos.

La Palabra nos da vida nueva, una vida que no viene de hombres, una vida que experimentamos que no vivimos por los que los otros piensan de mí, una vida que no vivimos solo porque no nos queda más remedio, sino porque hay una vida espiritual que cada vez se hace más joven y viva. Pues, esa vida está alimentada por la Palabra Eterna de Dios que vive y permanece (1Pe 1,23).

La Palabra es lo que nos levanta de la muerte, de nuestro no amor, porque tendemos a la muerte. Cuando no amamos, no somos nada, estamos muertos. ¡Qué bueno poder encontrarme con la Palabra que me dice!: Ustedes estaban muertos por sus faltas, pero Dios en Cristo nos da la vida ¡Por gracia han sido salvados!. Nos resucitó con él para sentarnos con Él en el cielo.

¡Qué grande es poder tener fe, creer! Creer y vivir desde ella, abandonándonos en su amor, en sus brazos de Padre donde encontramos seguridad, esos brazos que son su Palabra que es Verdad, pues la gracia más maravillosa que hemos recibido es la Palabra de Dios hecha Carne “Jesucristo”. Por esa gracia, por su entrega tenemos un lugar en el Cielo, porque somos hijos.

Esta semana pasada estuve en Trujillo con un grupito de personas que son las Laicas consagradas dentro de la comunidad. Hemos trabajado la encíclica de Cristi Fidellis Laici, está dirigida a todos los cristianos a los que llama “laicos”. Me alegraba mucho saber que no estamos solos, o que somos pocos, sino que toda la Iglesia está en búsqueda de cómo rescatar la identidad del laico.

Esta Encíclica nos dice: que por el bautismo somos hijos, otros Cristos, herederos de la múltiple gracia; que participamos del sacerdocio, reinado y somos profetas de Dios; y al recibir todo esto como gracia somos responsables de la misión de la Iglesia: co-salvadores, co-redentores y co-santificadores. Nos dice también: que tenemos un lugar donde desarrollar esta misión, que la viña es amplia, hay niños enfermos, jóvenes y matrimonios que esperan la vida a través de los bautizados.

Vamos a intentar profundizarla estas dos semanas en la Escuela de la Palabra. En Gal 3,26: Pablo nos dice: que todos son hijos en la fe por Cristo Jesús, ya que todos ustedes han sido Bautizados. El bautismo significa estar sumergidos en la Trinidad, empapados de su presencia, eso significa el hecho de echarle agua a un niño cuando se bautiza y se hace tres veces: Padre, Hijo y Espíritu Santo; esto imprime en nosotros una identidad nueva. En Cristo, hemos sido revestidos, es el signo de la vestidura blanca que nos recomiendan mantenerla.

El bautismo, nos hace hijos. ¡Cuántas personas he visto liberadas porque se lo han creído!, no eres hijo de nadie, porque eres hijo de Dios, ya no estás arrojado al mundo, al vacío, vas hacia los brazos del Padre, porque tienes un Padre, ya no eres esclavo del pecado, eres libre, eres hijo. Tienes alguien que te ama con amor eterno, tiene abundante gracia reservada para ti (Jr 31,3). Al ser hijo participamos de la herencia del Padre, la herencia que es el Espíritu Santo, que nos hace clamar Abbá, Papito. Es tuya la herencia por gracia de Dios.

Dios no quiere que seamos hijos de segunda categoría o clase. Nos quiere como a Jesús, por eso, nos sobre abunda de gracia, tras gracia. Por eso, pidámosle fe para abrir los ojos y descubrir que todo es gracia: poder respirar, la salud, tener un plato de comida, tener amigos, poder estar aquí. A veces nos vivimos creyendo que todo nos lo merecemos. Reconocer a Dios en nuestra vida, nos hace vivir con una actitud de agradecimiento constante.

Dios nos quiere como a Jesús, no quiere otra cosa para nosotros. Jesús dice: para esto he venido para que tengan vida y no cualquier vida, sino la vida plena. Jesús sabe que esta es la voluntad del Padre: “que todos los que creamos tengamos Vida Eterna, lleguemos a la santidad”. Por eso, cuando les envía a sus discípulos les dice: “Así como el Padre me envió así les envío yo”. Es muy importante fijarnos en este cómo, cómo hijos igual que el Hijo.

Me acordaba de la experiencia del Padre Jaime cuando nos contaba su oración con el Salmo 2: Lo habían desahuciado, no podía hablar por una enfermedad en las fosas nasales: y él le decía a Dios: yo que quería ir por todo el mundo a anunciar tu Palabra, esto le provocó una gran sequedad, se puso a leer los salmos, empezó por el primero: yo no tengo alegría, estoy enfermo y no soy como ese árbol plantado a la orilla del arroyo, pasó al segundo que decía: “tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy, pídeme lo que quieras, y te daré por herencia las naciones”. Le entró una alegría tan grande, porque aún enfermo era hijo, siguió leyendo y decía: pídeme lo que quieras y te daré por herencia las naciones. Él le pidió eso que anhelaba su corazón: ir a evangelizar a todo el mundo. Dios se lo concedió, lo curó y se pasó la vida llevando la Palabra por los 5 continentes, dejando en tantas personas la semilla de la Palabra, la semilla del Verbum Dei, que ahora nos toca a cada uno hacerla crecer. Ahora es tu hora, eres hijo, pídele a Dios que te haga asumir ese cómo de Jesús.

¡Vive tu identidad de laico, de bautizado, de hijo de Dios! Pídele que te ayude a valorar tu identidad de hijo, no eres esclavo, que con el bautismo, te ha injertado a su Cuerpo Místico, te ha hecho parte de su Iglesia, te ha fortalecido con el don del Espíritu Santo, cargándote de todos sus dones y frutos, te hace partícipe de su misión. Así como el Padre me envió yo te envío; por el Bautismos no eres menos que la misionera o sacerdote, obispo, eres hijo para siempre y desde siempre.

Cómo a Jesús hoy el Padre te dice: “Tú eres mi hijo, el amado, tú eres mi elegido”. Ábrete a la fe, él te ha creado para ser otro Cristo, él lo pone todo para que vivas: la naturaleza, tu inteligencia, tus capacidades. ¡Qué pena que haya gente que todo lo ve gris! Dicen que estamos en la primavera de la Iglesia donde van brotando multitud de movimientos de laicos y entre ese valle colorido está el Verbum Dei. Jesús ha dado la vida para que tú descubras que eres hijo. El Espíritu Santo es Albacea, administrador de los dones que necesitas para vivir tu identidad, él te empuja a vivir no como esclavo sino como hijo.

Ef 1,13-14: Vemos a toda la Trinidad comprometida con nuestra identidad de hijos. El Padre que nos bendice con toda clase de bienes, Jesús que paga nuestra libertad derramando su sangre, en esto vemos la inmensidad de su gracia, el Espíritu Santo anticipo de nuestra herencia. Frente a tanta dedicación de la Trinidad que habita en nosotros, no se ustedes, pero yo necesito corresponder a tanto amor, amor con amor se paga. Señor quiero aprender a amar, no por obligación, sino con responsabilidad impulsada por el amor del Padre por cada uno de sus hijos.

Tuve una experiencia hace tiempo, que le pedía a Dios, que me apasione por su misión, y el Sr. Me dijo entra a mi corazón y mira que sentimientos, que razones tengo para amar a cada uno y así tendrás una vida misionera. Entendí que Dios no quiere que viva la misión desde fuera, como oficio, sino desde el fondo de mi ser, desde dentro para fuera.

Dios nos llama a ser como el Hijo, ¿Cómo? 1 Jn 2,6: El que dice yo permanezco en él, debe portarse como él vivió. Dios quiere que participemos, pongamos las manos en la masa, no como un oficio, sino desde nuestra identidad de hijos, aprovechemos la herencia que nos tiene reservada. Ojalá que algún día digamos como Pablo, ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí, ya yo vivo para mí sino para Cristo que me amó y se entregó por mí Gal 2,19-20 y en Fil 1,21 dice: Mi vivir es Cristo.

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