viernes, 1 de abril de 2011

Indiferencia o implicación.


Reflexión dePadre: Vicente Esplugues,

Sacerdote Misionero Verbum Dei

Introducción. Cada semana que vivo es un regalo enorme porque me permite conocer de cerca a un montón de personas, de familias, de situaciones, de formas de tratar a las personas, que suponen un encuentro nada teórico con el ser humano. Me siento un antropólogo, un sociólogo, un psicólogo, no de academia, ni títulos, ni de biblioteca, sino de lo real, del lio, del conflicto, de la discusión. Y también del humor, de la complicidad y de la carcajada, y la alegría. Del mosqueo y la rabia. De la ilusión y la decepción. Y se lo agradezco profundamente al buen Dios, porque me está enseñando a amar. No en el terreno de la imaginación y el deseo, sino de la realidad.

Y al conocer a los demás, también me voy conociendo a mí mismo. Solo reconocemos nuestra propia identidad y el valor de nuestra propia vida en referencia a los que nos rodean. Que nos ayudan a reconocer lo valioso que hay dentro de nosotros. Y nos ayudan también a ser conscientes de los límites y de lo negativo que cada uno de nosotros cargamos. Cada uno con sus propios pensamientos y planes, criterios y puntos de vista, vive en paz y tranquilidad. Si estuviéramos solos en el mundo no discutiríamos con nadie.

Lo que nos enerva y nos hace perder los papeles es la convivencia y el roce con los demás. Las diferencias que nos alejan y nos enfrentan y que muchas veces sentimos que son insuperables y fracturan las relaciones volviendo enemigos y rivales, a personas que podrían entenderse y reconciliarse.

Hay personas que tienen el don natural de la indiferencia, de la frialdad. De tener la capacidad de elevar un muro ante los sentimientos y las emociones, y parece que nada les duele ni les afecta. Yo no soy así. Yo soy precisamente lo contrario, y a veces miro con envidia a compañeros, amigos y amigas, que no les enfada nada. Nada les hace estar cabreados. Nada les emociona especialmente. No viven grandes enfurecimientos. No se les nota ni la alegría, ni la incomodidad. O por lo menos no lo expresan. Dudo que haya alguien de carne y hueso que no sufra.

Pero la exteriorización de esos sentimientos sí que los trabajan, los ocultan, para que no se les note y ser menos vulnerables. Es como si todo les resbalase.

En cambio hay otro tipo de personas que son todo lo contrario, intensas, implicadas, vehementes, que todo lo llenan de una pasión y de una gravedad, que también hacen difícil la convivencia. Son los perfeccionistas. Los que buscan la excelencia en todo detalle.

Los sensibles a los que todo les afecta. Y sufren por todo. Y se preocupan por todo. Y sin querer se vuelven exigentes, y reaccionan de forma negativa frente a cada fallo o cada error de los demás. Jueces intransigentes que llenan los ambientes de incomodidad, porque nunca estamos los demás a la altura de sus expectativas. Porque no logramos ser lo que ellos esperan de nosotros, porque parece que nos perdonen la vida.

Ya sé que no hay nadie ideal, y que solemos valorar aquello de lo que adolecemos pero estoy convencido que algo de indiferencia es necesario en las relaciones interpersonales. Tenemos que aprender a relativizar un poco las opiniones y los comportamientos de los demás. No podemos vivir con el agobio de que todo depende de nosotros. O que somos los únicos defensores de la verdad y de la ortodoxia. De que todo descansa en nuestras espaldas. Porque ese agobio acaba quemando y decepcionando. La razón no la tiene quien más grita, quien más años tiene, o quien tiene más títulos. La razón debe estar acompañada de amor y de empatía. Es tan necesaria una dosis de indiferencia, y al mismo tiempo, cierta dosis de implicación. Abrazar sin asfixiar, aconsejar, sin imponer. Acompañar sin poseer.

Lo que Dios nos dice. “No habléis mal unos de otros, hermano. El que habla mal de un hermano y se erige en su juez, esta criticando y juzgando a la ley. Y si te eriges en juez de la ley, ya no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Pero uno solo es el legislador y el juez; el que puede salvar y condenar ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo? Stgo4, 11-12. “Actuad y hablad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad. Pues tendrá un juicio sin misericordia quien no practico la misericordia. La misericordia, en cambio, saldrá victoriosa en el juicio”. Stgo 2,12-13.

“Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo habite en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos”. Col 3,12-15.

Cómo podemos vivirlo.

Solo el sentido común nos regala la forma de tratar de forma adecuada a los demás. No hay recetas que sirvan de forma universal. Hay situaciones, y personas, que piden de nosotros la total implicación. La total entrega. Con atención, con cuidado, con detalle En cambio hay muchas otras situaciones en las que tenemos que apartarnos para no herir, para no dañar.

En la vida de Jesús impresiona ver como hay momentos de una intensidad y de una vehemencia que llegan a la tensión y a la violencia, como la expulsión de los mercaderes del templo. En cambio en otros momentos está tranquilo, durmiendo a pierna suelta, en la barca, en medio de una gran tempestad, soltando, confiando. Por eso disfrutemos agradecidos de cómo somos nosotros, de lo asfixias o distantes que seamos. Disfrutemos de cómo son los demás. Pero sobre todo reconozcamos que cada persona con la que nos cruzamos es un regalo.

Vicente Esplugues

Sacerdote Misionero Verbum Dei

Para vivir

“Amar al prójimo debe ser tan natural como vivir y respirar”. ( B. Madre Teresa de Calcuta)

“Cuando tratamos de descubrir lo mejor que hay en los demás, descubrimos lo mejor de nosotros mismos”.

(A. Ward)

“La forma más segura de hacernos agradable la vida a nosotros mismos es hacérsela a los demás”.

(Graf )

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