domingo, 8 de agosto de 2010

No temas pequeño rebaño


Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas.

Jesús forma a su comunidad de discípulos en la libertad de corazón frente a todo bien material,

porque solo así podemos movernos por amor y para amar, ya que el enriquecerse para sí no solo es peligroso,

sino que puede convertirse en obstáculo para amar a Dios y a

l prójimo.

Desde el encuentro con Jesús, aprendemos a usar las cosas de este mundo y el mundo mismo en orden a Dios, es decir, para el amor y para amar, que es lo que vale ante Dios. Jesús nos instruye en la búsqueda del Reino que consiste en la soberanía de Dios en nuestra mente, corazón, tiempo, ser y acción: vivir con Él en una relación de amistad íntima, donde compartimos su vida y su amor, imposible sin fe, esperanza y caridad. Y es sobre lo que el Señor precisamente nos seguirá enseñando en el día de hoy.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebaño mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino.”

Ya en la vida familiar cotidiana, hay momentos muy oportunos para consolar, porque queremos evitar todo rescoldo de temor, y es que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor -1Jn 4, 18-.

Así como los momentos de consuelo vienen siempre enmarcados de la protección y guía segura de los padres hacia los hijos, y se insiste en el afecto incondicional hacia los hijos, así Jesús consuela a su pequeño rebaño. El consuelo, por tanto, es consecuencia del afecto. Así como los hijos no son felices por lo que tienen sino por el amor de sus padres, de igual modo Jesús enseña a sus discípulos a no poner su esperanza en los bienes materiales sino solo en Dios, en su Reino… Dios es Amor y su Reino es Amar, y solo Dios y su Reino sacian la vida humana.

Jesús nos enseña a no atemorizarnos ni a propagar temor, a no crear el más mínimo ámbito de turbación. Quiere que le conozcamos y reconozcamos como Buen Pastor, y de este modo tomemos como objetivo de nuestra vida la Salvación que él ofrece gratuitamente a quien ama. Porque la Salvación consiste en el encuentro definitivo con Él: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” Fil 1, 21.

Desde el amor consolador, afectivo e incondicional, es decir, desde el encuentro personal e íntimo con Él, nos enseña sus mismas actitudes ante la vida presente, mostrándonos su sentido y su destino, hablando del juicio como llegada del Reino en plenitud.

Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.

Después de consolar, Jesús nos transmite de lo único necesario en lo que deberá preocuparse el discípulo:

No acumular riquezas para sí.

Vivir la radicalidad en el amor del Maestro, Jesús.

Saber que sólo la caridad libera de la muerte y salva de las tinieblas.

A no servir a dos señores.

Tomar el Reino de Dios como único y verdadero tesoro.

Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas.

Jesús nos guía a vivir con Él y como Él, a seguirle, a tener conciencia de peregrinos, pues nuestro sentido y destino no es este mundo. Sabiendo que estamos a punto de partir -listos-, con la actitud del pueblo de Israel al salir de la esclavitud de Egipto hacia la liberación -con la túnica puesta o ceñida la cintura (Ex 12, 11)- y en estado de gracia, libres de pecado -lámparas encendidas-.

Jesús no anuncia un mensaje de espera pasiva, sino siempre dispuestos al trabajo, como servidores. El mensaje de Jesús es exigente, para gente decidida y valiente, desprendida.

Mantener la lámpara encendida para San Mateo es mostrar las buenas obras -Mt 5, 15-16-esto es el amor entre nosotros como respuesta al amor de Dios. Para Lucas será también actitud de oración y de servicio.

Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.

Aprendamos de Jesús a ser servidores, que como san Pablo nos consideremos “siervos de Jesucristo”, poniendo nuestras vidas al servicio de la comunidad eclesial, por supuesto que vendrán tribulaciones: hambre, sed, desnudez, cárcel… pero no pedimos recompensa en este mundo, pues nos sentimos deudores de todos, pues ya no nos pertenecemos.

En esta parábola Jesús se refiere al “mientras tanto”, a la existencia temporal de nuestra vida. Es nuestra existencia, un verdadero peregrinaje hacia la Ciudad de Dios, las actitudes que nos han de identificar son: la espera, la atención constante y la vigilancia, sin descuidarse en lo más mínimo. O dicho de otro modo: vivir de forma consciente y coherente la Palabra del Evangelio, y solo así entraremos en comunión gloriosa y gozosa de Cristo.

La recompensa será, sorprendentemente el servicio personal de Dios, el encuentro con Jesús muerto y resucitado, el encuentro definitivo con el Servidor de servidores, porque Jesús está en medio de nosotros como el que sirve -Lc 22, 27-.

Lo vivimos anticipadamente en la Iglesia con los Sacramentos. Aceptamos y acogemos el cuidado y servicio del mismo Jesús específicamente en la Eucaristía: Él nos perdona, nos alimenta y nos lleva a la madurez, con una solicitud maternal ejercida desde su Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia. Recordemos que la Eucaristía es culmen de nuestra fe: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” Ap 3, 20.

Jesús felicita a los que tengan la actitud de vigilancia: el estar dispuestos y prontos a la acción, el no ceder ante la debilidad, pereza o búsqueda de propios intereses.

Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”.

En esta otra parábola Jesús se refiere a la venida del reino como un evento inesperado que irrumpe de repente. Es la actitud de estar preparado en todo momento.

El estado de gracia no llega de improviso, es fruto de un esfuerzo perseverante y de la ayuda de la misericordia de Dios. Bien entendemos que por nuestras fuerzas solas no podemos, pero confiamos en la misericordia de Dios.

No tenemos miedo a que el Señor venga, nuestra preocupación se encuentra en el estar preparados y esta preparación se basa en hacer presente al mismo Cristo en nuestra mente, corazón, ser, hacer y tiempo.

Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?” El Señor le respondió: “Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.

El servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.

Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.

Es un mensaje para todos, y de manera especial para los responsables de la comunidad, de ahí que San Gregorio Magno, Papa, acuñara a todos los obispos de Roma como: servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios), pues ya en las primeras comunidades, Pablo llamaba a los responsables “administradores”.

Es la actitud de que cada uno debe hacer lo que le fue encomendado, sin autoritarismos, sin frialdad o indiferencia, sin esquivar el compromiso presente. Jesús exige la radicalidad en la realización de la propia misión que excluye violencia, pasiones, egoísmo y superficialidad.

Así es como entendemos el servicio explicado por Jesús, Servidor de servidores:

1º. Vivir para los demás porque la vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud cuando se entrega y es en la cruz donde se alcanza la plenitud de amor.

2º. Ser ojos para el ciego y pies para el cojo.

3º. No tratamos de dar ‘algo’ al otro, sino de compartir alegrías, tristezas, angustias y esperanzas -Rom 12, 15-.

4º. Y sobre todo, ofreciendo lo mejor que ha ocurrido en nuestras vidas: el encuentro con Jesucristo en una vida de servicio y de entrega como la suya. -Mt 10, 45-

Ante la réplica de Pedro, Jesús confirma que vivir en pecado se forja en el descuido consciente frente al amor de Dios, lo cual lleva a la excomunión (castigo severo por deslealtad); y el vivir en gracia se forja en la confianza en la misericordia de Dios y en el esfuerzo permanente de lucha contra el pecado, lo cual lleva a la fidelidad y la Dicha eterna.

Jesús juzga desde el mayor o menor conocimiento de la voluntad de Dios, por ello el castigo será proporcional al conocimiento de cada uno. Lo mucho son los dones y carismas o funciones de responsabilidad en la comunidad eclesial.

Es el servicio la actitud fundamental de la espera del Hijo del hombre. El servicio es la expresión más propia del amor, ya lo decían los antiguos: “La medida del amor es amar sin medida”. Servimos lo que somos, lo que tenemos, lo que pensamos y lo que hacemos, hasta llegar como Jesús y con él a dar la vida.

Fijémonos que Jesús no habla en singular, esto es de uno que espera, sino de la comunidad que espera. Por lo que en nuestras familias podemos concretar esta enseñanza de Jesús: en las actitudes concretas de sencillez, disponibilidad, capacidad de servicio, de hospitalidad o acogida a los más débiles o enfermos y prontitud en todo, de ser conscientes de la responsabilidad que le toca a cada uno, sea como esposo, esposa, padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana…

¿Cómo sabemos que estamos preparándonos y en vigilia permanente? Pregúntate:

* ¿Qué compromiso tienes?

* ¿Cómo inviertes tus talentos?

* ¿Cómo desempeñas tu misión específica?

¡¡Recuerda!! La pregunta del examen final será sobre el amor en su forma de servicio.

Fuente: Seguimiento de Cristo en el Espiritu

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