viernes, 13 de agosto de 2010

¿Mi Palabra tiene acogida en ti?

Para iniciar este día de oración, nos situamos en el don de la oración, porque si algo podemos a él se lo debemos. El Señor nos ha dado una lengua de discípulo para saber sostener con su Palabra al abatido, cada mañana nos espabila el oído (Is 50, 4-5). Es el Señor que nos abre el oído para escucharle, y para que esa Palabra que sale de su boca pueda sostener al abatido.

Desde este don de la escucha de la palabra, podemos captar lo que nos dice el Señor para este día: “Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero mi palabra no tiene acogida en ustedes, y por eso tratan de matarme. El que es de Dios escucha las palabras de Dios; ustedes no las escuchan porque no son de Dios”. (Jn 8,37.47)

¿Qué significan estas palabras: “Ustedes son descendientes de Abraham, pero mi palabra no tiene acogida”?

Jesús parte de lo frágiles que somos, pero no es un impedimento para acoger su Palabra. No mira la apariencia, mira el corazón y desde ahí nos habla, nos ilumina, nos dice: “mi Palabra no tiene acogida en ustedes”.

Cuando nos dice estas palabras, Jesús parte del gran amor que nos tiene, nos habla con un tono de voz de confianza y sabe que estamos destinados a dar mucho fruto. Jesús se sorprende que si Dios en su infinito Amor nos ha hablado, ha salido de su misterio y se nos ha manifestado, ha roto su silencio y se ha hecho Palabra (Jn 1, 1-14) ¿Por qué su Palabra no tiene acogida en nuestra vida? Porque, no puede haber para nosotros tarea más urgente, ni ocupación más importante que escuchar la Palabra que ha rasgado los cielos y ha llegado hasta la tierra.

Acoger mi Palabra no es fácil, es una tarea muy exigente porque no es sólo oír, sino, entender, aceptar, acoger. Es dejar en mi vida, en mi mente, en mi corazón, espacio para que Dios me hable y me llene de su presencia. Es que vaya trabajando nuestra vida hasta que sea tierra buena. Por eso, preguntémosle a Jesús ¿Por qué tu palabra no tiene acogida en mí? Si mi mundo interior está lleno de ruidos, de preocupaciones, de distracciones, entonces la voz de Dios no puede resonar limpiamente en mis oídos ni ser acogida en mi corazón.

Es imposible escuchar a Dios cuando se está lleno de otras voces. Sólo el silencio hace posible que la Palabra de Dios pueda entrar en el corazón y ser acogida en él: “Silencio de los labios, silencio de los sentidos, silencio de las miradas y de los pensamientos” ¡Guarda silencio y escucha Israel (Dt 27, 9). Señor, a veces me es difícil escucharte, estoy muy centrado(a) en mí mismo, estoy lleno de otras palabras, de otras voces? Dame Señor un oído atento a tu voz, un corazón que te escuche (1Re 3, 4-14).

También nos dice, “el que es de Dios escucha la Palabra de Dios”. ¿Cómo se hace realidad esta escucha? Se hace realidad en la acogida, en la cabida que se le da en el corazón, en el ofrecimiento de nuestra tierra, de nuestro corazón a ella para que llegue hasta el fondo de nuestro ser.

Quien decide hacer de su vida una vida de oración, quien de verdad acepta guardar como María la Palabra de Dios en el corazón (Lc 2, 19.51), comprende que su vida debe ser una fortaleza, un escudo que alberga un tesoro de infinito de gran valor y que debe ser cuidado como la niña de los ojos. La semilla de la Palabra, de la vida de Dios que recibimos cuando oramos es tan delicada que puede perderse si no es cuidada con esmero “Guarda mis palabras y conserva mis mandatos… átalos a tus dedos, escríbelos en las tablillas de tu corazón” (Prov 7,1-3).

Enséñame Madre, a acoger y custodiar como tú la Palabra de Dios, para poder resistir todo aquello que pretenda atacarla o arrancarla de mi vida. ¿Señor, tu Palabra es profundamente acogida en mi interior o la acojo con superficialidad?

Hna. Paty Lopez msvd

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