viernes, 6 de agosto de 2010

“La Transfiguración de Jesús”

Evangelio según San Lucas 9,28-36.

Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Comentario del Evangelio.

“La Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración. La oración, de hecho, alcanza su culmen, y por ello se convierte en luz interior, cuando el espíritu del hombre adhiere al de Dios y sus voluntades se funden, como formando una sola cosa.

Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la contemplación del designio de amor del Padre, que le había mandado al mundo para salvar a la humanidad.

Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para mostrar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria.

En aquel momento, Jesús vio cómo ante sí se presentaba la Cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y de la muerte.

Y, en su corazón, una vez más repitió su ‘amén’. Dijo ‘sí’, ‘heme aquí’, ‘que se cumpla, Padre, tu voluntad de amor’.

Y, como había sucedido tras el Bautismo en el Jordán, llegaron del Cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz, que proclamó al ‘Hijo querido’”

(Benedicto XVI, 08-03-09).

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