"Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.» Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.
El deseo de Dios es que todos sus hijos sean felices. La felicidad brota del encuentro con la misericordia del Padre. Quién a sido abrazado por El, quiere que otros también encuentren este amor sin límites, sin reservas ni medidas que no se cansa, y todos los días sale a esperar al hijo que un día se fue a una provincia lejana... "Estaba aun lejos, cuando su padre lo vio, sintió compasión, corrió a echarse a su cuello y lo besó ..." Lucas 15,20.
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