jueves, 30 de setiembre de 2010

Tema de la semana ORAR CON MARIA - Perseveraban en oracion con Maria (Hech 1,14 , Estatutos de la FMVD 231)

Es sorprendente, que tengamos a María como Madre. Pero, todavía más que la encontremos presente en todos los momentos de nuestra vida, como los discípulos: “Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. (Hch1,14) ¡Encuéntrate a María estando contigo, perseverando contigo, y no dejes de asombrarte! Ella está, ¡date cuenta! ¡Está! PERSEVERANDO CONTIGO, PORQUE ERES FORMADOR DE FORMADORES.

Este día no te canses de asombrarte, no pases de largo ante la contemplación de la Palabra de Dios, porque es la realidad, María está ¿Te has dado cuenta?. Es importante hablar con María de la perseverancia en la oración, porque ella está amándote enseñándote a perseverar en la oración. No temas, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más te puede faltar? Para perseverar en la oración como formadores de formadores, realmente necesitamos de ti Madre, porque estamos: “Deficientes de luz, de fuerza, de amor... el Yo, el egoísmo, el orgullo, la ignorancia y miseria de nuestro propio corazón, interfieren, neutralizan, desmoronan y arruinan el proceso del Espíritu en nuestra divinización. María nos incluye de nuevo en su entrega al Padre” (Jaime Bonet. Estatutos VD. 237).

María sabe que hay una fuente, una clave para saltar todas las dificultades en el seguimiento y en el camino del amor, esa es: LA ORACIÓN. La oración es cuestión de amor, amor no sólo a Dios, sino a los hermanos. Nosotros no nos alcanzamos a imaginar cuánta vida y amor se gestan en cada rato de diálogo con Dios. La mejor forma de amar a los hermanos es presentarles una persona llena y plena del amor de Dios, dispuesta a amar con el mismo amor de Jesús; eso sólo se forma en la oración, ahí Dios va transformando el corazón de piedra en uno de carne, como el de María (EZ 36,24-28).

La acogida de la Palabra de Dios, no es sólo para sentirnos bien, porque nos hemos acostumbrado a orar, o porque hace bien a nuestro espíritu... La oración es ante todo “RESPONSABILIDAD”, es AMAR BIEN AL HERMANO. Sino oramos: ¿Qué palabras damos?, ¿Qué amistades brindamos?, ¿Con qué calidad de amor amamos?... Si los otros llegan a nuestra vida buscando a Dios, no podemos ser un engaño o dar a Dios con rebajas.

“Para compartir abundantemente y cuidar la vida divina, que es amor, Jesús llama a seguirle a personas. María, toda y sólo amor, engendra, forma, educa y acompaña por los mismos pasos de Jesús a los dispuestos a seguirle, hasta las mayores pruebas y extremos de amor” (Jaime Bonet. Estatutos VD 234).
¡Que bueno es tener una Madre! Que nos enseñe, forme, eduque y acompañe en la oración, para compartir la vida abundante y cuidar la vida divina, hasta llevarnos a las mayores pruebas de amor. Esto es orar, es amar y amar bien. No tiene nada que ver con una vida mediocre, descafeinada, sino una vida a presión, llena de la Vida Divina, que es Amor. Por eso, María está, sabe estar acompañándonos, dándonos a conocer el Rostro Materno de Dios.

Por María, ha querido Dios revelar su ROSTRO MATERNO a todos los hombres de la manera más cercana y familiar, más eficaz y delicada y aplicar, por María la esencia pura y delicadeza entrañable de su infinito amor para con todos sus hijos sin excepción. (Estatutos FMVD 231).
Para que no nos acostumbremos a vivir sin oración o como si oráramos. Dice un refrán: ¡Dime con qué rostro vives y te diré qué rostro tienes! María contemplaba el Rostro de Dios y por eso, podía revelar el rostro materno de Dios.

Tú, Mamá, no fuiste un engaño, tu vida se encontraba “llena de Dios” (Lc 1,28; 2Co 4,7), supiste bien como amar: acogiendo la Palabra de Dios y poniéndola en práctica (Mt 7,24), aunque te supusiera desinstalación, cambios, incomodidades... Tú interior era como un manantial, porque tenías una vida orante, que guardaba y hablaba todo con Dios (Lc 2,19), por esa razón brotaba de Ti sólo el amor de Dios. Ayúdanos a ser consientes de la fuerza y responsabilidad de la oración que no la relativicemos, rebajemos o minusvaloremos.

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